domingo, 6 de febrero de 2011

Frases, ideas, pensamientos...


El pasado viernes 28 el Virginian, en realidad nuestro Virginian, hizo su primer trayecto.

Al igual que hemos hecho nosotros en este blog, nos hubiera gustado que todas y cada una de las personas que subieron a bordo nos dejarán sus sensaciones. Sus ideas, sus frases. Qué les había gustado del espectáculo, qué les había sorprendido, emocionado, divertido...

No pudimos dejar un cuaderno de bitácora para recoger esos pensamientos así que les dejamos este tablón "virtual" para que puedan hacerlo todos los que lo deseen. Puede dejar su comentario haciendo click en "comentarios" o con un e-mail a info@lapoesiaesuncuento.es si son más tímidos/as) .

Recogeremos esas frases a modo de telegrama para incorporarlas al dossier que estamos elaborando. Un dossier destinado a las personas que pueden hacer que muchos más lugares reciban al Virginian. Creemos que sus sensaciones pueden ser la mejor crónica del estreno.

Muchas gracias por anticipado.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Sensaciones (y III)


FOTO: Ella confía tanto en mí que me hizo llegar las flores antes del estreno. Porque estaba segura de que iba a funcionar. Porque, para ella, ya había conseguido lo más difícil y solo quedaba disfrutar sobre el escenario.


Y luego salgo de escena, y se apaga la luz.

Y levantó los brazos como un deportista que cruza la meta y me quito atropelladamente los guantes y el abrigo. Salgo a escena a saludar, hago volar el sombrero y ahora sí que no veo nada. Hay luz en el patio de butacas pero no veo nada. Sólo gente de pie, aplaudiendo. Y, ahora que escribo esto, me doy cuenta: estaban de pie. Todos. Qué bonito. Saludo un momento y me voy. Esta es la pequeña parte del ego: saludar poco la primera vez para que puedas salir una segunda… el viejo truco. Un abrazo rápido a Vanesa (si no hubiera estado ella me hubiera tenido que abrazar a una silla o a lo que fuera) y salgo por segunda vez a saludar, les doy las gracias, me llevo la mano al corazón, y a los labios para dejar un beso sobre esa madera. No sé lo que hago. Sigo sin ver nada. Pero oigo aplausos y gritos como nunca. Qué bonito. Me quiero quedar toda la vida ahí encima pero me marcho. Cambio tres o cuatro palabras con Vanesa pero afuera sigue habiendo mucho ruido, me asomo: siguen ahí. Todos. De pie. Aplaudiendo. Se me ve un poco y suben los aplausos. Salgo otra vez. Es impresionante.

Ahora me marcho. Le pregunto a Vanesa si salgo otra vez (¡la cuarta!). Ella dice que sí pero me da vergüenza así que corro y me escapo a despedir a los asistentes. Están empezando a salir y yo improviso un par de frases. Algo así como “Gracias por viajar en el Virginian. Esperamos que hayan disfrutado del trayecto” y “La tripulación del Virginian les agradece que hayan viajado con nosotros”. La gente que me conoce me saluda y me felicita. Abrazos. Besos. Muchos se sorprender al verme ahí agradeciéndoles. Laura. Ha bajado de la cabina, está ahí. Un beso grande. No lo suficiente (hay tanta gente) pero sí me doy cuenta de que le brillan los ojos. Espero un poco más y tengo que entrar. Me queda mucha gente por saludar. Mis hermanos: Jesús, Rodrigo y Esther. Valdi, Jorge. Guillermo, Álvaro. La familia. Y María desde 700 kilómetros. Lara Poulain. Isabel que repite locura dos años después. Y más gente que ha tomado trenes, autobuses y coches para venir. Qué bonito todo.

Tres personas de un grupo de teatro que representó Novecento en su día. Me dicen que les ha encantado. Que tiene mucho mérito. Crezco un poquito. Les doy las gracias por el piropo y por venir.

Bueno, toca marcharse. No quiero, pero toca marcharse. Voy al camerino y recogemos rápido con una sonrisa enorme en la cara. Todavía no pienso mucho. En el escenario está todo recogido. Debe ser el espectáculo que más rápido se recoge en toda la historia de la sala.

Antes de salir, miro al patio de butacas. Parece mucho más pequeño que cuando he llegado. Quizás es que yo soy un poco más alto que cuando he llegado.

Y, sobretodo, mucho, muchísimo más feliz.


Qué bonito.

No puedo dejar de dar las gracias. A la tripulación, a todo el pasaje, a quienes ayudaron a que el barco zarpara.

Especialmente a Laura por no dudar nunca de este capitán de barco “claustrofóbico”. Y por aguantarme.

Especialmente a Iratxe y Mar porque, siendo miembros de la tripulación, no pudieron subir a bordo. Pero sin ellas no habríamos podido levar anclas.

Especialmente a Anat por empujarme a escribir estas tres crónicas que, dentro de un tiempo, me ayudarán a no olvidar como fue una de las tardes más maravillosas que he tenido nunca.

martes, 1 de febrero de 2011

Sensaciones (II)


FOTO: Allí escondido, dentro del taburete del piano, “salió a escena”. Es Francis. Ya estuvo presente en el estreno de “Y los cuentos, cuentos son” y en algunas actuaciones más. Es un pequeño reno de peluche que, además de su experiencia sobre las tablas, siempre viaja conmigo. Sé que no es original pero me gusta tener fotos suyas en los lugares a donde voy. Esta vez hubo que buscar un lugar discreto para él, pero conseguimos que participara en el estreno.


Estábamos a medio minuto (dure lo que dure) de pisar el escenario. Seguimos.

Se apagan las luces. Camino despacio hacia la silla, con la vista en el suelo, cojo la trompeta, me siento, va subiendo la luz…

Siempre sucedía lo mismo…

Miro al frente, al público. Por suerte la luz no me deslumbra y puedo ver las butacas. En realidad, intuirlas. Puedo ver perfectamente a las personas de la primera fila y algo a las de la segunda, el resto es oscuridad pero noto las siluetas. Eso me gusta. Hablar con una luz clavada en los ojos no. La primera parte (dividimos el texto en nueve partes) va rodada.

Para la segunda toca cambiar de “ambiente” y de tono. Presento el barco, la tripulación, la banda… La música me ayuda de fondo. Esta segunda parte fue importantísima para que todo saliera como salió. Es una parte más animada y, si me apuran, divertida. Oigo las risas, eso es bueno. Mucho. En esta parte, llega una especie de prueba: cuando pido para el diseñador del barco “su más caluroso aplausoooo”. Alguien me dijo que ahí el público aplaudiría. Yo pensaba que no, que se notaba que, al fin y al cabo, era una presentación “ficticia” sin nadie en el escenario a quien presentar pero… aplaudieron. Mis disculpas por esta palabra, pero es la que mejor encaja: Subidón. Me crezco, me parece que tengo al público conmigo, que realmente han subido al barco. Poco después aplauden de nuevo. Impresionante.

Después, se relaja el ambiente. Me noto grande en el escenario, no es que domine al público es que están a mi lado. Es como si tuviera la sensación de que me piden que les cuente más. Al poco, un momento de pánico. La boca seca. Sequísima. Extremadamente. No tengo agua, no encajaba beber en el escenario. En los ensayos no había pasado. Me pregunto cómo aguantaré el resto de la obra así. Sé que en las brevísimas salidas de las tablas podré beber agua pero apenas un sorbo. Paro un poco, separo las frases para que me de tiempo a “generar” saliva. Salgo del paso. Además, enseguida toca salir a por mi primer sorbo de agua. Antes la segunda canción. Una parte muy bonita, muy poética. Hablo como en versos, doy el pie…// No suena. / Joder, he dicho la frase. / No suena… / Cuatro segundos, cinco. / No puedo parar más: continúo. Dos o tres frases después (desordenadas porque estoy pensando en porqué no habrá entrado a tiempo) suena la música. Lo hemos salvado. Luego, se corta un poco antes de tiempo pero eso importa menos. Una frase como broche y a bambalinas.

Sorbo de agua, y leo un texto como si fuera una voz en off. Vanesa me sujeta el guión y la linterna, le señalo la botella de agua pero no me entiende… ¡necesito más agua! Lo ve, me la acerca y, justo después de la última palabra otro trago de agua. Salvado. Vuelvo a escena.

Noto a la gente bailando conmigo, con el océano. La segunda salida era un punto importante, no queda muy natural porque el espacio es muy justito pero no tampoco queda mal. Doy el grito y, en ese instante, entra un efecto sonoro… O debería. // Otros cuatro segundos eternos y al fin entra. Joder, no me lo puedo creer. Pero soy capaz de quitármelo de la cabeza y continúo con muchísima tranquilidad. Uno de mis pasajes preferidos: me siento en el borde del escenario y, “nadie está obligado a creerlo” pero noto la atención de todas y cada una de las personas. Estoy ahí sentado en el escenario, cerquísima de las butacas y me parece que estoy contando una historia a un puñado de amigos en un sofá, en un bar, que sé yo… Lo juro, lo noto. Me siento como si le contara la historia a esas trescientas personas pero una por una.

En la obra anterior, al preguntar, me recomendaron que no me sentara ahí. Esta vez no pregunté. Acerté.

El duelo. Tensión. En los ensayos la conseguí casi sin proponérmelo. Esperemos lograrlo ahora también. Creo que funciona. Yo, al menos, lo vivo. Me parece estar allí, en el salón de baile de primera clase del Virginian. No se me olvida el pequeño recuerdo escondido para Mar. Sé que lo agradecerá cuando pueda verlo. Además, se lo debo. Momento cumbre: la pieza de música más importante de toda la obra. La que nos costó horas y horas encontrar. La que pondría los pelos de punta. Voy despacio hacia ella, lentamente. Ahora. Doy el pie… // ¡¡¡Y no suena!!! Realmente es terrible. / No tengo escapatoria, es la única pieza de música que no puedo sustituir con palabras. / Es clave. / No me lo puedo creer. // No son cinco segundos esta vez: son ocho por lo menos. // Todo a la mierda: voy a improvisar. Pienso en la primera frase para sustituir esos treinta segundos de música insustituible. // Se jodió. / Y cuando me queda nada para hablar oigo, a lo lejos, la música. Muy bajito pero se oye. ¡Vamos! por favor, ¡arriba! / ¡Subid el volumen! / ¡¡¡Ya!!! / ¡¡¡A tope!!! Sube un poco, no mucho, vuelve a bajar. / Gesticulo en el escenario. / Siento que hago el ridículo pero no puedo hacer otra cosa, tengo que sustituir el volumen por mis gestos. / Se oye el final más o menos bien pero mucho más bajo de cómo debería. / Vaya putada.

Pero sigo. Ni pienso en ello. No tengo tiempo de pensar ahora, actúo.

En ese momento, me viene a la cabeza un pensamiento “extraño”… ¡qué poco queda! Se va acabando la obra. Pero no quiero terminar, estoy disfrutando. No pienso correr, me lo he prometido. A por los cuadros.

Esta parte es en la que fallé al hacer el ensayo general. Voy despacio. Es importante. Me acuerdo de Iratxe recordándome: “Dicción, dicción y dicción”. Otro pequeño homenaje escondido. Me gusta este juego. En esta parte también salgo un instante del escenario. En medio del silencio mayoritario.

(Por cierto, no he hablado del silencio. Impresionante. No se oía nada. Pero desde el principio hasta el final. No se oían susurros, ni ruidos. Nada. No se notaba gente que se revolviera en el asiento, inquieta o aburrida: parecían estar todos atentos a cada una de las palabras. Como si no pasara el tiempo. El silencio era para “quedarte de piedra”. En la última parte más todavía, pero aún no hemos llegado).

Decía, que en medio del silencio mayoritario se escucha, ahora sí, un breve murmullo al verme salir con otro vestuario y en un ambiente diferente. Parece que hay incluso una sorpresa cuando les hablo de nuevo, sombrero en mano. Me gusta. Igual me gusta tanto que me confío y la cago. Me muevo antes de tiempo, sin decir el texto que debía y me “meto” en zona oscura. Por suerte, en la cabina, el encargado de las luces lo arregla rápido. Me doy cuenta del fallo al momento. Increíblemente, mientras digo la parte de texto que me he saltado en un lugar que no correspondía, me da tiempo a pensar que, incluso ha quedado mejor de lo inicialmente previsto. Seguimos adelante. Irrevocablemente hacia el final. Que, posiblemente, es lo más emocionante.

La penúltima es la parte en la que el trompetista habla más de sí mismo. Y me noto la evolución en el escenario. Me recuerdo como si me viera desde atrás, desde el fondo del escenario. ES imposible pero, ahora, parece que me veo recortado por la luz, veo mi espalda y los ojos del público fijos en mí. El Tim Tooney de esta parte no es el mismo que hablaba hace una hora, espero que la gente lo note. Creo que sí.

Y llega el momento mágico: el final de la obra. Antes hablaba del silencio. Ahora es tremendo. De verdad: impactante. Entre frase y frase, los instantes en que no hablo se podía escuchar el susurro que suele hacer la megafonía cuando no se oye nada. Nunca me había pasado algo así. Y como ayuda. Desgrano párrafo por párrafo. Paladeo las frases. Estoy tan tranquilo, tan concentrado que me salto un par de frases pero las encajo al instante sin que se note nada.

Y luego salgo de escena, y se apaga la luz.

Y muchas, muchas más cosas…

(continuará)

lunes, 31 de enero de 2011

Sensaciones (I)


Te dicen: “Después de que se oiga el aviso para que la gente apague sus móviles, comenzará a bajar la luz. Cuando veas que ya se ha bajado del todo, esperas medio minuto y sales a escena”. Eso te dicen. Y tú, junto al escenario, no tienes ni la más remota idea de cuánto es medio minuto, ni la más remota. Así que, entonces sí, te pones nervioso de verdad. ¿Saldré a tiempo? ¿Esperaré demasiado?

Sensaciones. Las que tuve el viernes fueron muchas, muy variadas y muy intensas. A petición de Anat (con quien, algún día, escribiremos “la historia más bonita de todas”) me he decidido a ponerlas en letras. Algunas. Las que recuerde. Pero intentando no desvelar demasiado de lo que ocurre sobre el escenario porque el Virginian tiene que visitar muchos más puertos y queremos que, los nuevos pasajeros, mantengan la misma ilusión que quienes disfrutaron del trayecto inicial.

Podría empezar por ese medio minuto pero, empezaremos un poco antes. Sólo un poco, no a la primera lectura del texto o a la primera versión del guión. No tanto. Empezaré por mi coche, entrando en el teatro. Con lo grande que parece la sala cuando llegas con la maleta y las cajas de madera en los brazos. Y recuerdas perfectamente que esa sala era mucho más pequeña otros días. Lo sabes.

Te muestran los programas de luces, para ver si es como tú lo habías dibujado sobre el guión. Sí, prácticamente igual. Mucho trabajo adelantado. Una suerte. Para probar las “transiciones” entre un ambiente de luz y otro y, sobretodo, para encajar los cortes de sonido en los momentos adecuados, hacemos un simulacro de ensayo general. O eso creía yo. Creía que era un simulacro: sin decir todo el texto, sólo las partes en que cambian las luces o entra algo de música. Pero no, no era un simulacro. Era un ensayo general en toda regla. No era mi idea. No me encajaba. No quería hacer todo el texto que tendría que repetir tres horas después. Pero lo hago. Quiero que las luces y el sonido entren perfectos y, si eso ayuda, no me importa. En el ensayo me olvido algunas partes del texto, no muy importantes, sigo adelante. Me atasco (mucho) en alguna otra: por eso no quería hacer ese ensayo. Me hace perder confianza. Las luces están muy bien, el sonido también. Quizá algún desajuste pero seguro que luego todo cuadra. No me gusta que quien hará funcionar las músicas no esté en el ensayo pero nada me hace perder confianza: el guión está muy bien explicado y, además, en la cabina estará la “segunda directora” para echar una mano. Seguro que sale perfecto. Son profesionales y yo no. Me preocupo más por mí.

Tras el ensayo, se reajustan unos focos y pasa tiempo, muchísimo. O, al menos, muy despacio. Repaso el guión, sobre todo las partes que se me atascaron en el ensayo que no quería hacer. Mucho tiempo con la cabeza libre… Nunca llegan las siete y media (hora de maquillaje). El camerino es enorme. El mismo de la otra vez. Doblo un cartel y coloco mi foto en la puerta. Soy un “divo”. Me hace ilusión. Compruebo el “vestuario” pero no me lo puedo poner porque tengo que salir a maquillarme. Algo se me olvida… ¡ah sí! el invitado especial del taburete del piano (tiene una explicación… y llegará).

A las siete y media salgo a la calle a una tienda que está junto al teatro para que me maquillen un poco. He oído que es importante para que los focos no te dejen con mala cara. Aprovecho y compro un inhalador en la farmacia (¡malditos mocos!). Vuelvo al teatro: ahora sí comienza la cuenta atrás.

Me pongo la ropa de actuar: solo. Me gusta ese momento. Hago el nudo de la pajarita. Estoy. Salgo al escenario y le explico rápido a Vanesa lo que tiene que hacer desde las bambalinas. En seguida toca abrir las puertas del salón. Eso significa “encerrarme”. Lo dice la directora: no puede verte nadie del público antes de actuar. Es el peor rato. Esos veinte minutos o casi media hora recorriendo un pasillo. Laura tiene que subir a la cabina. La tranquilizo: estoy bien, todo va a salir de maravilla, triunfamos seguro. Quedan diez minutos. Caliento la voz. Repaso el primer párrafo una y otra vez. Me concentro y me repito todas las cosas que debo hacer: dicción, expresión, no moverme demasiado, hablar despacio y, sobretodo, disfrutar. Viene el coordinador de la sala y me cuenta aquello del aviso de los móviles, las luces que se apagan y el medio minuto.

Nervios. Pero menos de los esperados. Me digo que es la confianza en el trabajo que ya hemos hecho.

Se ruega desconecten…

Bajan las luces.

¿Cuánto dura medio minuto?

(continuará)

sábado, 29 de enero de 2011

Felicidad


Qué bonito.

Salir tres veces a saludar y que la gente se rompa las manos aplaudiendo es una recompensa valiosa, muy valiosa. La mejor de todas.

Poder despedir y agradecer a las más de trescientas personas que estuvieron en el teatro casi una por una, fue una experiencia maravillosa: "Gracias por viajar en el Virginian, esperamos que hayan disfrutado del trayecto"

Las sonrisas en la cara de la gente. Los abrazos, los besos, la ilusión realmente desbordada...

La verdad es que no salió todo como lo esperábamos.... fue mejor, bastante mejor. Muy cómodos sobre el escenario, llevando rigurosamente el ritmo que habíamos trazado. Notando a la gente al principio "metida" en la obra: aplaudiendo, riendo... y después "evolucionando" con la historia: momentos de tensión, momentos de emoción y la gente pendiente de todo lo que pasaba sobre la madera del escenario.

Lo he dicho más veces pero, imagino, que es algo que vas superando con el tiempo: posiblemente la de ayer sea la mejor actuación que hemos hecho nunca. Posiblemente la de ayer sea la mayor ovación que nos han regalado nunca.

GRACIAS. A todos los que subieron al Virginian, a los que no pudieron pero querían subir. A la tripulación (Iratxe, Álvaro, Guillermo, Mar, Miguel Ángel, Lara, Chuchi, Visi, Jesús, Laura, Vanesa... y Francis)

Y gracias también a los que subirán. Porque, visto lo de ayer, el Virginian debe seguir viajando... ¿no creen?

jueves, 27 de enero de 2011

Hoy


Nieva. Está nevando suavemente sobre los tejados ya blancos, sobre los árboles, sobre las calles. Nieva.

Quien ha leído el blog de La Poesía es un Cuento sabe que siempre nos ha parecido que la nieve "llama" a a los cuentos. Esa imagen quizás irreal, pero romántica de juntarse alrededor de un fuego y, pasar una buena velada, caldeada por historias contadas a viva voz.

Nieva.

Y esta tarde-noche, nos juntaremos para contar una historia, una gran historia. Una historia bellísima. Afuera quedará la nieve (si aún resiste), afuera quedará el frío, las preocupaciones, las prisas, los malos ratos, el aburrimiento... En el Virginian no caben esas cosas.

Es un tópico, pero es real: mucho, muchísimo tiempo con todo esto en la cabeza y parece mentira que hoy es el día. Sin excesivos nervios, con la ilusión desbordada. Con muchísimas ganas esperamos la hora en que se enciendan las luces y el narrador diga eso de "Siempre sucedía lo mismo..."

Gracias por todo su apoyo, por sus esfuerzos, por su confianza. Por estar ahí.
Es una suerte contar con ustedes y nos encanta que ustedes cuenten con nosotros.

Uno no: somos un montón.


Queda un día para estrenar "Novecento" y aún no les he hablado de todas las personas que han hecho esto posible. Qué desvergüenza...

Empecemos por la directora: Iratxe Gallego. Ya se hizo cargo de llevar la batuta en "Y los cuentos, cuentos son" y con ese montaje obtuvimos el primer premio en el III Certamen de Cuentacuentos "Tierras del Torío". Pero no ha repetido por eso, no. Ha repetido porque, mientras ella quiera, seguirá siendo la directora de todos los espectáculos de La Poesía es un Cuento. Conoce el espíritu de la asociación y conoce a nuestro narrador como si fuera su hermano. Además sabe mucho de las cosas que hay que hacer (y las que no hay que hacer) encima de un escenario. Es una suerte contar con ella.

Para adaptar el guión nos ayudó Álvaro Pereña. Impresionante como escribe este hombre. Rechazó las frases que parecían superfluas y matizó partes del espectáculo que han ganado mucho con el cambio. Además nos escribió un dossier de prensa que merecería ser publicado en una colección de poesía. Es una placer contar con él.

Nos ha puesto "guapos" Mar Salvador. Primero ideó el logo: ese teclado de piano que, a su vez es un barco. O ese barco que, a su vez, es un teclado de piano. Impresionante. Después diseñó el cartel de la obra y sobre todo nos regaló entusiasmo. Y buen rollo. Y una deuda de gratitud que alcanza magnitudes estratosféricas. Es la directora de arte de La Poesía es un Cuento y lo seguirá siendo, mientras quiera seguir siéndolo. Es una maravilla contar con ella.

Qué importante es una buena selección musical para este montaje. Y no sabemos de nadie que nos hubiera podido ayudar tanto y tan bien como Guillermo Díez. Ha elegido con mimo las piezas que sonarán en el espectáculo pero, además, no impuso: propuso. Y entre él y un servidor buscamos la que mejor se adaptase a cada pasaje. Infinita paciencia la suya. Aunque suene a tópico, no sabes si es mejor músico o persona. Es un lujo contar con él.

Miguel Ángel y Lara con la fotografía. Chuchi con los decorados (escasos pero importantísimos), Visi con el vestuario, Jesús, Vanesa y Laura pendientes de todo...

Mañana sólo subirá un persona al escenario pero sería imposible haber llegado hasta aquí sin toda esta gente y, sobretodo, sin todos ustedes socios y amigos de La Poesía es un Cuento y sin los que tienen su entrada para, mañana por la tarde, subir al Virginian con nosotros.

Es una gozada contar con ustedes

miércoles, 26 de enero de 2011

Ensayos


Los ensayos, para qué negarlo, son aburridos. Al menos, por norma general. Hay días en que lo pasas muy bien y todo eso pero, normalmente, repetir algo que ya sabes de memoria (nunca mejor dicho) se hace un poco pesado. Además te ves un poco ridículo ahí en el espejo.

Eso me pasa a mí. Es una gran pelea contra uno mismo la de sacar ganas y fuerzas para ensayar. Pero se consigue, no vayan a creer que el viernes nos plantamos en el escenario “a improvisar”. Reconozco que, en muchas partes, esquivo la mirada para no encontrarme con el tipo ese del espejo que habla solo y hace unos gestos raros… pero ensayar, se ensaya. Y mucho.

Además de los ensayos frente al espejo más formales, llevo unos dos o tres meses jugándome mi, ya de por sí escasa, fama de persona cuerda mientras “hablo solo” en el coche. Tengo grabado (con mi voz) el texto de “Novecento” en un CD y, hace tres meses que lo llevo puesto en el coche a todas horas. Y, claro, al final, además de escucharlo acabas doblando tu propia voz y repitiendo el guión en voz alta. La verdad es que me ha ayudado mucho a memorizar y a encontrar inflexiones de voz y todas esas cosas. Pero, claro, quienes se hayan cruzado conmigo o hayan parado su coche junto al mío durante este tiempo, me habrán visto hablando solo y encima con una expresividad envidiable… Gajes del oficio se llaman.

(También lo escuchaba en el MP3 mientras salía a correr pero, en este caso, no tenía aliento como para hablar a la vez así que al menos no me miraban raro)

En fin que esta mañana tenemos uno de los dos ensayos generales y, mañana por la tarde, el último y definitivo. Y en estos ratos anteriores es cuando dudas de si no te apetece ensayar por pereza o por miedo a que no esté tan bien preparado como creías.


Será la pereza. Seguro

martes, 25 de enero de 2011

Nervios

¿Estás nervioso? Es la pregunta desde hace unos días. Y la respuesta es sí, claro. Cómo no estarlo.

De todos modos, en todos los espectáculos siempre me asaltan dos clases diferentes de "nervios".

Uno es el escenario: ¿saldrá bien? ¿recordaré el guión? ¿gustará? ¿haré lo que tengo ensayado? Y, especialmente en esta actuación: ¿entrarán las músicas a tiempo? ¿las luces?

El otro tipo de nervios es, digamos, la logísitica: Tener el vestuario a punto, que no falte nada del decorado, la promoción... Sobretodo la promoción: actualizar el blog, el facebook, enviar e-mails, llevar los datos del montaje a los medios de comunicación y, especialmente para este espectáculo: ¿habremos vendido suficientes entradas? (Esta vez no importa que no llenemos el salón pero esperemos que al menos no parezca desangelado).

Los nervios del escenario van por rachas y es que siempre acabas unos ensayos más convencido que otros. Pero, la verdad, para el reto que supone "Novecento" estamos razonablemente nerviosos y no histéricos como podría ser.

Los nervios de la logística también están, más o menos controlados. Hemos hecho casi todo lo que estaba en nuestras manos y, ahora ya, no depende mucho de nosotros. La promoción en prensa parece que saldrá bien (hoy salimos en la "contra" del Diario de Burgos) y los vestuarios y decorados están casi cerrados (¡maldita silla!). Si acaso, nos ocupa más atender a los invitados que viajan de otras ciudades para ver el estreno, pero eso seguro que también sale bien.

En fin, que sí claro, que estamos nerviosos. Pero es imprescindible. No conviene estar demasiado tranquilos porque te relajas y hace falta un "puntito" de tensión para los remates del final y para estar alerta en esta parte final. Convivimos con esos nervios estos días pero, el viernes, tenemos pensado dejarlos en el camerino y subir al escenario solo para disfrutar.


domingo, 23 de enero de 2011

Y si...


Buff... que cerquita. Esto de los días antes de un estreno (como de cualquier cosa importante en realidad) tiene algo de montaña rusa. Hay días en que parece que no vas a llegar y otros que tienes la sensación de que está todo bajo control... Bueno, en realidad, no son días, son ratos. En la misma mañana puedes hacer un repaso mental de cosas pendientes y quedarte tranquilo porque todo está encauzado y, al rato, empezar a tener dudas de "y si..."

¿"Y si..." cuando llegue a la sala de control, no reconoce los archivos de música.?
¿"Y si..." me quedo totalmente en blanco en un párrafo que no me puedo saltar?
¿"Y si..." la venta de entradas no remonta y estamos menos que "en familia"?
¿"Y si..." cuando acabe la gente aplaude por compromiso pero se queda decepcionada?
¿"Y si..." no soy capaz de hacerme el nudo de la pajarita?
¿"Y si..." se me rompe el taburete del piano en plena actuación?
¿"Y si..." la directora no puede llegar?
¿"Y si..." se me olvidan en casa los zapatos?


¿"Y si..." todo sale aceptablemente bien?
Seguro que sí.

Todavía es Domingo...


¿cuántos días se supone que faltan? Buff... que rima más mala.

El humor.

Siempre ha estado tan presente en nuestras actuaciones... pero esta vez será algo menos. Si nos paramos a pensar en los espectáculos creados, todos tienen una importante, o casi decisiva, presencia del humor: Incluso el de amor , o los que hablan sobre Burgos, o el de mujeres, ... todos tienen un tema más o menos monográfico y siempre pasado por el filtro del la risa. Si acaso es diferente, el primero de todos, del que tomamos el nombre como asociación: La Poesía es un Cuento. Este eran poemas de Don Mario Benedetti contados a viva voz y, claro, no había mucho tiempo para carcajadas. Aunque, no nos engañemos sí para sonrisas en algunos pasajes. Sonrisas, por otro lado que se quedaban en los labios del público mientras seguían escuchando. Sonrisas de nostalgia, de descubrimiento, de felicidad. Sonrisas.

Novecento, podría ser más o menos parecido. Tiene alguna parte más divertida que otra, tiene algunos pasajes realmente divertidos pero el tono general no es el humor. Aún así creemos y esperamos que la gente se sienta cómplice de los personajes, que los adopte como suyos y, de esta manera, mantenga durante toda la narración una sonrisa de cariño hacia una historia "delirante a decir verdad, pero hermosa". Es decir, no es un espectáculo de humor de carcajada continua pero no se dejen las ganas de reír y sonreír en casa.

Bueno, en realidad este consejo es ampliable y no sólo para asistir a "Novecento": no se dejen las ganas de ser felices en casa... nunca. Ya saben: "...sean felices, defiendan la alegría..."



sábado, 22 de enero de 2011

Música maestro


En un espectáculo como Novecento, en el que el narrador es un trompetista y el personaje alrededor del cual gira la historia toca el piano, la música es, evidentemente, trascendental. Nos han preguntado varias veces si hay alguien tocando el piano tocando en directo sobre el escenario pero no es el caso.

Al pensar en la adaptación nos rondó la idea pero, al menos para esta vez, la descartamos. No es que sea una mala opción pero lo que se nos pasó por la cabeza es que, si estábamos contando la historia del pianista más grande de todos, lo que sonara en el piano del escenario tenía que ser realmente extraordinario. ¿Quién asumiría ese reto? Además de ese argumento, estaba en la cabeza intentar "pelear" este texto como todos los anteriores: con la magia y el riesgo que supone contar una historia sin apenas "ayudas". Como solemos decir con otros montajes: es tan fácil como una persona contando una historia sólo con su voz y con su cuerpo y es tan difícil como una persona contando una historia sólo con su voz y con su cuerpo. Quizás un piano en directo sería una grandísima ayuda pero quisimos, una vez más. "jugárnosla".

De todos modos, aún no hemos estrenado este montaje y ya nos rondan por la cabeza dos variaciones: Novecento "de cerca" (para un grupo pequeño con el narrador sentado entre el público y poniendo las músicas él mismo en un gramófono) y Novecento "2.0" con alguien tocando el piano en escena pero sin formar parte de la historia (para que no pueda haber comparaciones con el pianista del océano). Trabajaremos en ello...

Así que, este viernes 28 la música que sonará como banda sonora será, como se suele decir, "enlatada" pero cuidadamente escogida. Ragtime, danzas, baladas, virtuosismo... (No nos cansamos de agradecer a Guillermo Díez su paciencia y su trabajo de selección y asesoramiento en esta importantísima parte musical). Incluso hemos buscado algunas piezas para que en, los minutos anteriores al comienzo de la obra, el público vaya haciéndose una idea de lo que suena en nuestro "Virginian" y, aunque parezca algo menor, otro par de canciones justo para la finalización. Queremos que la gente se marche con un buen sabor de boca... y bailando.


viernes, 21 de enero de 2011

Excusas, excusas, excusas...


Sí. Excusas. Pero de las buenas... Me explico. Estos días, cuando iba por ahí de acto promocional en acto promocional (*acto promocional: Poner carteles en lugares donde me conocen y ofrecer entradas a la gente que suele ir a mis actuaciones) me han dicho varias veces frases como estas:

-Ah, pues mira que bien llamo a mi amiga Carmen, que hace mucho que no la veo, y nos vamos juntas.

-Qué buena idea, le dejo a mi marido con los niños y me tomo una "tarde libre" para mí.

-Pues aprovecho y, después de la actuación nos vamos a cenar por ahí que hace un montón que no lo hacemos.

-Pues me apetece que hace mucho tiempo que no voy al teatro (en realidad que no voy "a nada").

Así que "Novecento" también es una excusa. Para salir de casa en la fría noche burgalesa y subirse a las cálidas butacas de nuestro barco: el Virginian. Para quedar con alguien que hace mucho que no ves. Para ponerle buena cara al mal tiempo y decir que no pensamos dejar de sonreír y de disfrutar. Para hacer una visita a Burgos a los que no sean de aquí. Incluso para invitar al teatro a alguien "especial"... (¿quien sabe? quizá del Virginian pueda nacer una historia de amor...)

Por nuestra parte, haremos todo lo posible (de hecho, ya lo estamos haciendo) para que ese ratito sea lo más agradable posible. Que puedan dejar las preocupaciones fuera y durante algo más de una hora sólo disfruten de una historia contada a viva voz, como siempre se ha hecho. Que cuando suban a nuestro barco con nosotros disfruten de esta historia "límpida e inexplicable como sólo lo era la música cuando salía del piano mágico de Danny Boodman T.D. Lemon Novecento"

Oh yes...

jueves, 20 de enero de 2011

Perspectiva


Me contaba una amiga el otro día que cuando entro en la web de teleentradas a comprar las localidades para el estreno, se encontró con mi foto y con “La Poesía es un Cuento” en el apartado de “Lo más vendido hoy” junto a “Mamma Mía” y “La fura dels Baus” y que le hizo una ilusión tremenda.

Quizás he ido un poco deprisa últimamente y no había dado cuenta de ciertos detalles, así que yo también entré en la web y allí estábamos: “La Poesía es un Cuento”… qué grande.

Qué bonito.

Y me ha hecho pensar que algo hemos hecho bien. Que posiblemente hayamos acertado con el camino (el nuestro) y con la velocidad (despacio pero con ambición). Que si hoy subimos otra vez a un escenario ante casi trescientas cincuenta butacas (esperemos que llenas) es porque, en su día, acertamos al elegir. Y, en su día, elegimos contar. Y no traicionarnos: creer en nosotros y en lo que hacíamos y queríamos hacer. Y creer en la gente.

Me guardo ese pensamiento ilusionado y les regalo otra frase con “historia”. Como muchos sabrán, este pasado verano “La Poesía es un Cuento” ganó el primer premio del III Certamen de Cuentacuentos “Tierras del Torío”. Y una de mis amigas, una de las mejores, me envió un sms dándome las gracias porque ese premio representaba que, en alguna parte, todavía había Justicia.

¿Qué quieren que les diga? Esa frase, me sigue empujando cada día. Espero estar a la altura.

miércoles, 19 de enero de 2011

Memorizando


que es gerundio.

Muchas vueltas hemos dado a este tema: ¿memorizar o no memorizar?

Normalmente nuestras actuaciones son de cuentos, de historias, de leyendas y estas se cuentan cada vez de una manera distinta. Es decir no hay un texto memorizado que se repita. Entre una actuación y otra pueden cambiar palabras, frases o párrafos enteros. Los cuentos se alarga o acortan, se adaptan en el momento de contarse. Eso, para nosotros, es la Narración Oral.

Pero "Novecento" es un monólogo teatral. Y en teatro hay que memorizar el papel, ¿no?

Dudas. Muchas.

Y una solución. Es evidente que no hacemos teatro, Javier no es un actor, es un narrador. Es decir: no podíamos hacer teatro entre otros motivos porque no sabemos. Teníamos que traer el texto hacia la "Narración Oral" (que tiene muchos puntos en común con el teatro pero también varios aspectos diferenciados), a nuestro terreno.

Pero con cuidado. Normalmente nuestro narrador es "neutral" no es un personaje del cuento. Esta vez era inevitable, el narrador es Tim Tooney, el mejor amigo de Novecento y quien nos cuenta su historia. Así que tampoco era como siempre.

En resumen: lo que verán el viernes 28 no es teatro, no verán a un actor. Pero tampoco verán a Javier como un narrador que cuenta cuentos. Y el texto que escucharán no será exactamente el mismo que en la obra original pero tampoco será una adaptación tan "libre" como otras veces. Hay pasajes aprendidos de memoria y pasajes que tomarán su camino en ese exacto momento. No es fácil. De nuevo el riesgo... Y, de nuevo, la confianza en que saldrá bien.

(Ahora, si me disculpan, me voy a estudiar)

martes, 18 de enero de 2011

Diez días


El otro día hablando con Guillermo Díez (gran músico y, más importante, gran amigo) sobre las músicas que sonarán en Novecento, coincidíamos en una canción para que suene antes del espectáculo. Es un tema de ragtime pero es muy conocido. Nos dimos cuenta de que eso podría hacer que el público, al reconocerlo, bajase un poco la defensa del “¿y qué será esto que he venido a ver?”. Que quizás una música conocida podría hacer que las personas tuvieran una sensación de “entrar” en el espectáculo incluso antes del comienzo.

¿A qué viene esto? Pues viene a que no sé si debería explicarles “que es eso que van a ir a ver” (o están decidiendo si ir) o dejar que todo pase en el mismo momento de la representación. Todo a la vez: la magia de la puesta en escena, la música, la historia, la narración, los personajes…

Iremos poco a poco: de momento les adelanto que el viernes 28 a las 20:30 comenzará a hablar el narrador: un músico llamado Tim Tooney y que, durante algo más de una hora les contará la historia de su amigo Novecento el pianista más grande que ha tocado en el océano. Que habrá música para ayudar a la narración. Y que habrá pocos elementos como decorado. En definitiva: un hombre contando una historia con su voz y su cuerpo además de la pequeña ayuda de la música y poco más.

Un hombre hablando durante más de una hora puede ser muy aburrido. Creemos que no lo será. Ese es el riesgo. Lo hemos asumido muchas veces y los resultados suelen ser buenos.

Esta vez es una sola historia larga en lugar de muchas historias pequeñas. Esta vez es algo más complicado. Hay más riesgo.

También lo asumimos.

Creemos que merecerá la pena.

sábado, 15 de enero de 2011

Ese anaranjado objeto de deseo


Pues eso que ven encima de estas letras (bueno, algo parecido) es lo que les permitirá subir a bordo de nuestro "Virginian" particular. Un barco que lleva rumbo al entretenimiento con escalas en la narración, en la música, en el humor, en las reflexiones...

El maestro de ceremonias será Tim Tooney, un trompetista de jazz que, sin hacer sonar su trompeta y solo con sus palabras, nos llevará a inicios del siglo XX para relatarnos la historia de su amigo: Danny Boodman T.D. Lemon Novecento, el pianista más grande que ha tocado en el océano de quien dice toca una música extraña, inexistente...

Quizás quieran saber de donde proviene el nombre de Novecento o como aprendió a tocar el piano o si relamente bajó alguna vez del barco donde había nacido... Pues si quieren resolver todas esas dudas y quieren hacerlo escuchando una historia bien contada, tienen una cita el próximo día 28.

Eso sí, no se olviden de hacerse con su "anaranjado objeto de deseo" aquí mismo.

martes, 11 de enero de 2011

Cartel y entradas


Hace ya casi dos años que "La Poesía es un Cuento" estrenó el espectáculo "Y los cuentos, cuentos son" en el mismo lugar donde este próximo día 28 estrenaremos "Novecento": Cultural Cordón. Por entonces parecía un sueño llenar las casi trescientas cincuenta butacas del aforo, pero... lo conseguimos.

Así que, por aquello de más vale prevenir, les indicamos que ya están a la venta las entradas para el estreno de Novecento en el servicio Teleentradas de Caja de Burgos.

Tienen que hacer clic aquí acceder a la programación "Cultural Caja de Burgos-Hangar" y, una vez dentro, buscar dentro de la pestaña "Teatro": "La Poesía Es un Cuento: Novecento". Las localidades, al precio simbólico de tres euros, son sin numerar así que, el día del espetáculo acudan con antelación para coger un buen sitio.

Encabeza este post el cartel promocional del montaje. Es obra de Mar Salvador, directora de arte de La Poesía es un Cuento y, como se puede apreciar, mujer de talento desbordante. Suyo es también el "logo" que acompaña al post del 9 de Enero. Muchas gracias a ella por todo lo que hace.

Ya queda menos...

domingo, 9 de enero de 2011

Queda poco


Ya queda muy poco para el estreno. Menos de un mes. Mañana se ponen a la venta las entradas en el servicio "Teleentradas" de Caja de Burgos.

Los ensayos van dando forma definitiva al espectáculo.

La (sencilla) escenografía está preparada

El vestuario también.

Esta semana toca repasar las músicas con el gran Guillermo que se ha encargado de la selección.

No pierdan detalle, queda muy poco.

¿Subirán al Virginian con nosotros?