miércoles, 2 de febrero de 2011

Sensaciones (y III)


FOTO: Ella confía tanto en mí que me hizo llegar las flores antes del estreno. Porque estaba segura de que iba a funcionar. Porque, para ella, ya había conseguido lo más difícil y solo quedaba disfrutar sobre el escenario.


Y luego salgo de escena, y se apaga la luz.

Y levantó los brazos como un deportista que cruza la meta y me quito atropelladamente los guantes y el abrigo. Salgo a escena a saludar, hago volar el sombrero y ahora sí que no veo nada. Hay luz en el patio de butacas pero no veo nada. Sólo gente de pie, aplaudiendo. Y, ahora que escribo esto, me doy cuenta: estaban de pie. Todos. Qué bonito. Saludo un momento y me voy. Esta es la pequeña parte del ego: saludar poco la primera vez para que puedas salir una segunda… el viejo truco. Un abrazo rápido a Vanesa (si no hubiera estado ella me hubiera tenido que abrazar a una silla o a lo que fuera) y salgo por segunda vez a saludar, les doy las gracias, me llevo la mano al corazón, y a los labios para dejar un beso sobre esa madera. No sé lo que hago. Sigo sin ver nada. Pero oigo aplausos y gritos como nunca. Qué bonito. Me quiero quedar toda la vida ahí encima pero me marcho. Cambio tres o cuatro palabras con Vanesa pero afuera sigue habiendo mucho ruido, me asomo: siguen ahí. Todos. De pie. Aplaudiendo. Se me ve un poco y suben los aplausos. Salgo otra vez. Es impresionante.

Ahora me marcho. Le pregunto a Vanesa si salgo otra vez (¡la cuarta!). Ella dice que sí pero me da vergüenza así que corro y me escapo a despedir a los asistentes. Están empezando a salir y yo improviso un par de frases. Algo así como “Gracias por viajar en el Virginian. Esperamos que hayan disfrutado del trayecto” y “La tripulación del Virginian les agradece que hayan viajado con nosotros”. La gente que me conoce me saluda y me felicita. Abrazos. Besos. Muchos se sorprender al verme ahí agradeciéndoles. Laura. Ha bajado de la cabina, está ahí. Un beso grande. No lo suficiente (hay tanta gente) pero sí me doy cuenta de que le brillan los ojos. Espero un poco más y tengo que entrar. Me queda mucha gente por saludar. Mis hermanos: Jesús, Rodrigo y Esther. Valdi, Jorge. Guillermo, Álvaro. La familia. Y María desde 700 kilómetros. Lara Poulain. Isabel que repite locura dos años después. Y más gente que ha tomado trenes, autobuses y coches para venir. Qué bonito todo.

Tres personas de un grupo de teatro que representó Novecento en su día. Me dicen que les ha encantado. Que tiene mucho mérito. Crezco un poquito. Les doy las gracias por el piropo y por venir.

Bueno, toca marcharse. No quiero, pero toca marcharse. Voy al camerino y recogemos rápido con una sonrisa enorme en la cara. Todavía no pienso mucho. En el escenario está todo recogido. Debe ser el espectáculo que más rápido se recoge en toda la historia de la sala.

Antes de salir, miro al patio de butacas. Parece mucho más pequeño que cuando he llegado. Quizás es que yo soy un poco más alto que cuando he llegado.

Y, sobretodo, mucho, muchísimo más feliz.


Qué bonito.

No puedo dejar de dar las gracias. A la tripulación, a todo el pasaje, a quienes ayudaron a que el barco zarpara.

Especialmente a Laura por no dudar nunca de este capitán de barco “claustrofóbico”. Y por aguantarme.

Especialmente a Iratxe y Mar porque, siendo miembros de la tripulación, no pudieron subir a bordo. Pero sin ellas no habríamos podido levar anclas.

Especialmente a Anat por empujarme a escribir estas tres crónicas que, dentro de un tiempo, me ayudarán a no olvidar como fue una de las tardes más maravillosas que he tenido nunca.

1 comentario:

  1. El día que escribamos la historia más bonita del mundo, tendremos que contarla.
    Qué envidia me das...
    ... que pena de no haberlo vivido
    ... que ganas de escenario

    Enhorabuena, querido

    ResponderEliminar