lunes, 31 de enero de 2011

Sensaciones (I)


Te dicen: “Después de que se oiga el aviso para que la gente apague sus móviles, comenzará a bajar la luz. Cuando veas que ya se ha bajado del todo, esperas medio minuto y sales a escena”. Eso te dicen. Y tú, junto al escenario, no tienes ni la más remota idea de cuánto es medio minuto, ni la más remota. Así que, entonces sí, te pones nervioso de verdad. ¿Saldré a tiempo? ¿Esperaré demasiado?

Sensaciones. Las que tuve el viernes fueron muchas, muy variadas y muy intensas. A petición de Anat (con quien, algún día, escribiremos “la historia más bonita de todas”) me he decidido a ponerlas en letras. Algunas. Las que recuerde. Pero intentando no desvelar demasiado de lo que ocurre sobre el escenario porque el Virginian tiene que visitar muchos más puertos y queremos que, los nuevos pasajeros, mantengan la misma ilusión que quienes disfrutaron del trayecto inicial.

Podría empezar por ese medio minuto pero, empezaremos un poco antes. Sólo un poco, no a la primera lectura del texto o a la primera versión del guión. No tanto. Empezaré por mi coche, entrando en el teatro. Con lo grande que parece la sala cuando llegas con la maleta y las cajas de madera en los brazos. Y recuerdas perfectamente que esa sala era mucho más pequeña otros días. Lo sabes.

Te muestran los programas de luces, para ver si es como tú lo habías dibujado sobre el guión. Sí, prácticamente igual. Mucho trabajo adelantado. Una suerte. Para probar las “transiciones” entre un ambiente de luz y otro y, sobretodo, para encajar los cortes de sonido en los momentos adecuados, hacemos un simulacro de ensayo general. O eso creía yo. Creía que era un simulacro: sin decir todo el texto, sólo las partes en que cambian las luces o entra algo de música. Pero no, no era un simulacro. Era un ensayo general en toda regla. No era mi idea. No me encajaba. No quería hacer todo el texto que tendría que repetir tres horas después. Pero lo hago. Quiero que las luces y el sonido entren perfectos y, si eso ayuda, no me importa. En el ensayo me olvido algunas partes del texto, no muy importantes, sigo adelante. Me atasco (mucho) en alguna otra: por eso no quería hacer ese ensayo. Me hace perder confianza. Las luces están muy bien, el sonido también. Quizá algún desajuste pero seguro que luego todo cuadra. No me gusta que quien hará funcionar las músicas no esté en el ensayo pero nada me hace perder confianza: el guión está muy bien explicado y, además, en la cabina estará la “segunda directora” para echar una mano. Seguro que sale perfecto. Son profesionales y yo no. Me preocupo más por mí.

Tras el ensayo, se reajustan unos focos y pasa tiempo, muchísimo. O, al menos, muy despacio. Repaso el guión, sobre todo las partes que se me atascaron en el ensayo que no quería hacer. Mucho tiempo con la cabeza libre… Nunca llegan las siete y media (hora de maquillaje). El camerino es enorme. El mismo de la otra vez. Doblo un cartel y coloco mi foto en la puerta. Soy un “divo”. Me hace ilusión. Compruebo el “vestuario” pero no me lo puedo poner porque tengo que salir a maquillarme. Algo se me olvida… ¡ah sí! el invitado especial del taburete del piano (tiene una explicación… y llegará).

A las siete y media salgo a la calle a una tienda que está junto al teatro para que me maquillen un poco. He oído que es importante para que los focos no te dejen con mala cara. Aprovecho y compro un inhalador en la farmacia (¡malditos mocos!). Vuelvo al teatro: ahora sí comienza la cuenta atrás.

Me pongo la ropa de actuar: solo. Me gusta ese momento. Hago el nudo de la pajarita. Estoy. Salgo al escenario y le explico rápido a Vanesa lo que tiene que hacer desde las bambalinas. En seguida toca abrir las puertas del salón. Eso significa “encerrarme”. Lo dice la directora: no puede verte nadie del público antes de actuar. Es el peor rato. Esos veinte minutos o casi media hora recorriendo un pasillo. Laura tiene que subir a la cabina. La tranquilizo: estoy bien, todo va a salir de maravilla, triunfamos seguro. Quedan diez minutos. Caliento la voz. Repaso el primer párrafo una y otra vez. Me concentro y me repito todas las cosas que debo hacer: dicción, expresión, no moverme demasiado, hablar despacio y, sobretodo, disfrutar. Viene el coordinador de la sala y me cuenta aquello del aviso de los móviles, las luces que se apagan y el medio minuto.

Nervios. Pero menos de los esperados. Me digo que es la confianza en el trabajo que ya hemos hecho.

Se ruega desconecten…

Bajan las luces.

¿Cuánto dura medio minuto?

(continuará)

1 comentario:

  1. Cuando el ensayo general va mal, el estreno es apoteósico. Reglas del teatro.
    Carne de gallina.
    Me encanta leerte.
    Mua

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